Sentirse en casa/salir a navegar

Debe haber tenido ocho años. El departamento estaba en un primer piso en un edificio de ladrillos naranjas, poco llamativo, en la esquina de una avenida con mucho tránsito. Era un departamento de dos dormitorios, pero parecía un paraíso después de varios meses de estarse cambiando de casa constantemente, a veces cada dos semanas. Sus padres habían decidido pasar a la clandestinidad por razones políticas, y aunque ellos continuaban trabajando y su hermana y ella seguían yendo a la escuela, todos estaban muy estresados.

La nena tuvo que cambiar de escuela, y le dijeron que fuera muy muy cuidadosa en su camino de vuelta a casa, y que mirase para ver si la seguía algún policía o servicio de inteligencia (que tenía poco de secreto, porque solían andar en unos coches Ford Falcon y usaban lentes oscuros, casi siempre bigote). Era dura toda la situación, pero ella sabía que no había espacio para quejarse.

Se suponía que la casa donde estaban sería un hogar más permanente. Tenían que mantener bajas las persianas del living, todo el tiempo, para que no se vieran los movimientos desde la calle. La familia pasaba la mayor parte del tiempo en la cocina, que miraba hacia el interior del edificio; ahí tomaban el desayuno, café y mate, cenaban y escuchaban Radio Colonia, una estación uruguaya que quizás tuviera menos censura que las argentinas. La cocina le parecía el único lugar cálido de la casa.

La nena decidió que el living sería su cuarto de juegos. El piso era de azulejos, y las penumbras de las persianas bajas eran poco interrumpidas por la luz eléctrica; era una habitación fría, en muchos sentidos. Pero trató de crearse su propio espacio ahí. El juego que más recuerda es cuando ponía sus juguetes en el sillón y hacía de cuenta que se iba a navegar con toda la familia. Podía pasarse horas jugando a esto, después de volver de la escuela. Jugaba con sus peluches, sobre todo un par de elefantes (Babar y Celeste, como el libro infantil). Imaginaba que ella era la capitana del barco, manejando el timón y yendo hacia tierras lejanas.

Otro juego que recuerda es armar una carpa arriba de la mesa del comedor. No está segura de por qué prefería armar la carpa arriba y no debajo de la mesa.  Solía poner dos o tres sillas sobre la mesa, lo que se acuerda que tenía su complicación, y las cubría con algunas sábanas o frazadas. Se montaba en la mesa y traía sus juguetes. Se acuerda de una sábana naranja que creaba una luz cálida dentro de su carpa. Ella preservaba la carpa por un par de días, y aunque su mamá no estaba muy contenta con el arreglo, la dejaba mantenerlo porque solían comer en la cocina. Sus recuerdos son de jugar sola, pero es probable que su hermana la haya acompañado. Era su espacio, su lugar seguro.